A la sordina las rosas florecen
sin un jardinero a su lado.
Silenciosamente ellas crecen,
vengándose de la falta de cuidado.
Sin ruido forman un matorral,
y sin aviso previo, en un repente,
en trincheras, intricado nidal,
el vergel se alarga inesperadamente.
Y de atropello, va comiendo maleza,
desgobernado enmarañado de flores,
que despojado de cariño o llaneza,
pinta el agreste de imprevistos colores.
Jardín improvisado, ambulante,
que mismo destituido de pies,
va ganando estrada y a su talante,
en los paúles planta aguapés...
Rosemarie Schossig Torres